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A tan solo cuatro kilómetros de la majestuosa Salamanca, Ciudad Patrimonio de la Humanidad, se encuentra Villamayor, un pequeño pero crucial municipio de la provincia de Salamanca, cuyo legado ha sido esculpido tanto en la piedra como en el tiempo. Villamayor no es solo un pueblo más en el paisaje castellano-leonés; es el lugar donde nació la piedra dorada, el material que dio vida y esplendor a los monumentos que han inmortalizado a Salamanca como una de las ciudades más bellas de España. Desde las catedrales que parecen flotar bajo la luz del atardecer hasta las universidades donde han estudiado grandes mentes, todo ello está impregnado de la esencia de Villamayor, de su piedra arenisca, suave al tacto al ser extraída, pero tan sólida como la historia misma tras su endurecimiento.
En Villamayor, cada rincón tiene el color del oro, y no solo por la piedra que ha marcado su paisaje, sino por la riqueza cultural e histórica que se oculta en sus calles. La piedra franca de Villamayor, famosa por su tono cálido y por su maleabilidad inicial, se extrae aún hoy de sus canteras, vestigios de un pasado que forjó el destino de Salamanca. Esta piedra, omnipresente en la ciudad vecina, es el alma de los edificios más emblemáticos: desde la Catedral Nueva hasta las elegantes fachadas de la Universidad de Salamanca, pasando por palacios, conventos y plazas. Su importancia es tal que, cada año, Villamayor honra este material con una feria dedicada a su piedra, un evento que va más allá de lo meramente comercial, pues celebra la conexión íntima entre el pueblo y la materia que ha dado forma a su identidad.
Al caminar por Villamayor, uno puede sentirse transportado a épocas pasadas, cuando las canteras eran el centro neurálgico del municipio, y los canteros trabajaban incansablemente, moldeando los bloques que después viajarían a Salamanca para convertirlos en arte. En homenaje a estos maestros de la piedra, Villamayor ha erigido un monumento que reconoce la labor de aquellos hombres cuyos nombres quizás se han perdido en la historia, pero cuyo legado está grabado en las construcciones más magníficas de Castilla y León. En cada piedra tallada, en cada edificio que aún se mantiene en pie, vibra el eco de esos canteros que con paciencia y destreza esculpieron el futuro de Salamanca.
Sin embargo, Villamayor no es solo piedra. Este municipio también ha sido cuna de una rica tradición vitivinícola que, aunque en menor medida hoy en día, tuvo su apogeo en el siglo XVIII. Los vinos de Villamayor fueron célebres en toda la comarca, y aún hoy, entre las calles del municipio, pueden encontrarse vestigios de las antiguas bodegas que atestiguan la relevancia de esta producción. Las huellas de estas bodegas son testigos mudos de un pasado en el que los viñedos teñían de verde los campos que rodeaban al pueblo, y sus habitantes se dedicaban con pasión a la elaboración de caldos que viajaban más allá de sus fronteras.
Uno de los mayores tesoros de Villamayor es su Iglesia de Nuestra Señora de los Remedios, una joya que combina en su arquitectura elementos de diferentes épocas. Aunque terminada en el siglo XVIII, esta iglesia conserva vestigios románicos en su estructura, especialmente en su tramo occidental y en el muro norte. Sin embargo, lo que realmente destaca es su retablo mayor, una obra maestra labrada en piedra por Miguel Martínez en el siglo XVIII, cuyas esculturas fueron animadas por la mano experta de Fernando Gabilán Sierra. Cada rincón de esta iglesia invita al recogimiento, pero también al asombro, especialmente durante la celebración del Día de la Bajada de la Virgen, una festividad que, como pocas, fusiona lo religioso con lo popular. Durante este evento, los jóvenes de Villamayor, conocidos como "los quintos", introducen en la iglesia un árbol adornado con cintas y frutas, en un ritual que mezcla lo festivo con lo simbólico, una tradición que ha perdurado a lo largo de los siglos.
Pero la magia de Villamayor no solo se encuentra en su historia o en sus monumentos; también reside en los lugares menos conocidos, como las antiguas cuevas que los jóvenes de la localidad utilizaban a mediados del siglo XX para juegos y momentos de diversión. Estas cuevas, excavadas en la roca, son un testimonio más de la relación profunda que este pueblo tiene con su entorno natural. Lo que para algunos puede parecer un simple refugio o un escondite, para Villamayor es parte de su esencia, un rincón donde la imaginación de generaciones de niños voló libre, creando recuerdos imborrables que aún resuenan en el corazón de los vecinos.
Por si fuera poco, en el centro de Villamayor, se alza la antigua casa-convento de los Jesuitas, un edificio que evoca la espiritualidad y la erudición que caracterizó a esta orden religiosa, tan vinculada a la historia educativa y cultural de Salamanca. Este convento, junto con la Iglesia de San Miguel, del siglo XVIII, conforman otro de los pilares históricos de Villamayor, lugares que invitan a la reflexión sobre el paso del tiempo y la continuidad de las tradiciones en un mundo que, a menudo, parece cambiar a un ritmo vertiginoso.
Villamayor no es solo un pueblo; es un museo vivo donde la historia se fusiona con la vida cotidiana, donde cada piedra, cada bodega y cada cueva cuentan una historia que sigue viva en la memoria de sus habitantes. Para quienes buscan descubrir el alma de Salamanca, el viaje comienza aquí, en Villamayor, el origen de la piedra dorada que ha dado forma no solo a monumentos, sino a una identidad que perdura a través de los siglos.
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